Tranqi

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Conductoras empoderadas del s. XXI.

La mayoría de las sociedades modernas evolucionaron desde los tiempos donde las mujeres eran segregadas o consideradas como “inferiores”.  Allá por el año 1848 (año en que se realizó la primera convención por los derechos de las mujeres en New York) muchas damiselas en desgracia, que necesitaban ser rescatadas por hombres, empezaron lentamente a empoderarse.

Imagen compartida desde http://www.bfi.org.uk/archive-collections

Las mujeres lograron grandes progresos en la lucha por la igualdad de género, pero la lucha dista mucho de haber terminado.

Siempre me llamó la atención eso de llamar a las mujeres “el sexo débil” solo porque el área donde los hombres tienen una clara ventaja biológica sobre las mujeres es su fuerza física. Y a pesar de tanta lucha y demanda por la igualdad, muchas mujeres todavía no nos animamos a incursionar en algunas situaciones que fueron siempre asignaturas de hombres.

Hoy, te quiero contar cómo pude resolver una situación que atemoriza a muchas mujeres, utilizando mi fuerza intelectual y emocional.

Una tarde de Marzo, salí apuradísima del trabajo y me dirigí a buscar a mi beba de 6 meses, que estaba en casa con mi mamá, para llevarla a su control con el pediatra. En el apuro, me olvidé el celular en el escritorio de la oficina pero me dí cuenta cuando ya estaba camino al médico y no me quedaba tiempo para regresar a buscarlo. “Una noche sin teléfono no es tan grave” pensé, sin saber lo que me esperaba.

Salgo del pediatra con mi beba cansada y hambrienta (¿te hiciste una imagen mental de mi hija desconsolada?), empiezo a manejar por Av. San Martín deseando llegar a mi casa después de un día fatal, cuando de repente...¡reviento una cubierta!.

Como soy una dama, voy a evitar contarte todos los insultos que se cruzaron por mi cabeza, pero involucraban desde partes de la anatomía humana hasta animales tropicales.

Puse balizas y logré detener el auto en una esquina, sin molestar a nadie. Agarré mi cartera para buscar mi celular y fue entonces cuando mi hija escuchó por primera vez, una catarata de palabras no aptas para menores. Decidí tomarme unos segundos para respirar profundo y analizar la situación en busca de una solución. La escena era la siguiente: 20 h, bebé hambrienta, rueda reventada, total desconocimiento sobre “cómo cambiar una rueda reventada” y 100 % incomunicada.

Bien...veamos:

Opción 1: dejar el auto tirado en la esquina, agarrar a mi hija y buscar un taxi para hacer 3 km hasta mi casa.

Opción 2: tratar de llegar a la estación de servicio que está a 8 cuadras de donde estoy y buscar un teléfono para llamar a la grúa.

Creo que tanta lectura sobre el empoderamiento femenino dio resultado porque, casi sin pensarlo, elegí la segunda opción. ¡Yo puedo resolver esto!, pensé.

Volví a prender el auto y, con rueda reventada y bebé llorando, logré llegar a la estación de servicio. Mi entrada triunfal sin dudas llamó la atención de dos jóvenes empleados del lugar que, rápidamente, se acercaron hasta mi auto. Pensé en pedirles prestado un teléfono para llamar a la grúa, pero el llanto de mi hija no podía esperar ni un minuto más. Bajé el vidrio, miré a unos de los jóvenes con mi cara de damisela en apuros y le pedí si podía cambiar la rueda de mi auto (estaba dispuesta a pagarle todo lo que había en mi billetera con tal de resolver la situación en menos de 10 minutos).

Recuerdo como si fuera hoy su respuesta “disculpe señora, pero no la podemos ayudar si tenemos la remera de la estación de servicio puesta”. Fue en ese momento, un histórico 14 de Marzo, cuando le dije por primera vez a un hombre: “te pago todo lo que tengo si te sacás la remera y me cambiás la rueda”.

Un rato después, rueda de auxilio colocada, finalmente logré llegar a mi casa.

Ese día, mi falta de conocimiento sobre cambio de neumáticos me llevó a resolver una situación estresante a través de la perseverancia, el arte de la persuasión y la negociación. Inmediatamente después, decidí aprender a cambiar una rueda por mí misma y me compré todas las herramientas necesarias para poder hacerlo.

Florencia, 36 años, Gran Buenos Aires.